BIOGRAFÍA



Nacido con el nombre de Ugo Boncompagni nació el 1 de enero de 1502, en Bolonia, Italia. Estudio en la Universidad de Bolonia obteniendo su doctorado en derecho canónico y civil en 1530. Entre 1531 y 1539, enseno como profesor en la misma universidad.
En 1539 se trasladó a Roma reclamado por el cardenal Parisio e inició su carrera eclesiástica que le llevó a ordenarse sacerdote en 1542 (40 años), durante 33 años lograría una amplia experiencia en el servicio papal.
El Papa Paulo III utilizó su experiencia legal ampliamente como juez de la capital, abreviador papal y refrendador del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica hasta que, en 1546 fue enviado como auditor al Concilio de Trento.
En 1565 es hecho cardenal. El 14 de mayo de 1572, fue elegido Papa y tomó el nombre de Gregorio XIII, sucediendo a Pio V quien en su carrera actuó como comisario General de la Inquisición Romana.
Su estilo de vida piadoso y sincero lo llevaron a una modernización de la iglesia católica. Insistió en que los obispos residieran en sus sedes y cumplieran con sus obligaciones episcopales. Convencido de la importancia de la educación, fundó en Roma varias universidades nacionales para la formación de los sacerdotes en inglés, griego, maronita, armenio, y húngaro, uniéndose a la última en el Colegio Alemán ya establecido. El Colegio Romano, llegó a ser conocido como la Universidad Gregoriana en su honor.
En Roma, encargó al pintor Daniele da Volterra que cubriese en parte las figuras trazadas en la Capilla Sixtina por Miguel Ángel, que las había pintado desnudas en su mayoría.
Aprobó el Oratorio de Felipe Neri y la reforma de los carmelitas por Teresa de Ávila. Impulso a Palestrina (Famoso compositor de oratorios) a revisar los libros de canto litúrgico, y apoyó el trabajo histórico de Baronio.
 

Gregorio fue muy activo en los campos de la ciencia y el arte. En 1582 promulgó la revisión del calendario que reemplazo el Juliano. Construyó el Palacio del Quirinal y la capilla que lleva su nombre en la Basílica de San Pedro. En la diplomacia tomó la iniciativa, estableció permanente el sistema de nuncios papales (embajadores de la iglesia). Intentó, sin éxito, la unión con la iglesia Rusia y Sueca. Con los maronitas renovó los lazos medievales.
Gregorio apoyado en la Liga de Francia, defendió la causa de María Estuardo en Inglaterra, y reconoció Esteban Báthory como rey de Polonia. La mayor debilidad de su pontificado fue su fracaso en la erradicación del bandolerismo en los Estados Pontificios. Como consecuencia, el comercio y las finanzas se vieron gravemente afectados. Gregorio murió el 10 de abril de 1585.
 Los días desaparecidos: Ante la pregunta «qué sucedió el diez de octubre de 1582?» ni siquiera los más versados historiadores se encuentran en condiciones de responder pues, en realidad, ese día jamás existió.
En el año 1582, bajo el pontificado de Gregorio XIII, el conocido como calendario juliano fue sustituido por un nuevo sistema de medición del tiempo que sigue vigente hoy en día: el calendario gregoriano. Para la instauración de este nuevo calendario los expertos dispusieron que debía producirse un salto de varios días, es decir, ø tras el cuatro de octubre de 1582 no vendría el cinco, sino el quince de octubre. Los días entre estas dos fechas quedarían eliminados por completo.

Esta intervención en la medición del tiempo se hizo necesaria debido a un desfase de diez días entre el año juliano y el año tropical —el tiempo que media entre dos pasos sucesivos del Sol por el equinoccio de primavera—. Naturalmente este salto en el tiempo, fruto de una especie de desatino papal, originó un auténtico caos.

La adopción del nuevo calendario no se produjo al mismo tiempo en todos los países, sino que realizó en diferentes momentos de la historia, por ejemplo, en Italia, España, Portugal y Francia se estableció en 1582, en Hungría en 1587, en la Alemania protestante en 1700, en Gran Bretaña en 1745 y en Suecia en 1753.
En Rusia el cambio no se produjo hasta después de. la Revolución de Octubre de 1917, que en realidad tendría que haberse llamado revolución de noviembre, mientras que el último país en adoptar el calendario gregoriano fue Turquía, en 1927.

Aunque se ha demostrado que nuestro actual calendario tiene algunos fallos considerables —ningún mes se corresponde exactamente con la doceava parte de un año, el número de semanas de los trimestres y los semestres no es el mismo y la fecha de los diferentes días de la semana no coincide año tras año— no se prevé de momento ninguna reforma.

Ya en 1954 las Naciones Unidas incluyeron entre sus objetivos más inmediatos el establecimiento de un nuevo «calendario mundial», pero hasta el momento no se ha encontrado una solución que satisfaga los intereses de los diferentes países.

¿Qué es lo que uno le pide a un año por venir? Por empezar que sea bueno, pero además que coincida con el año astronómico (365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos). Al fin y al cabo, un año es el tiempo que tarda la Tierra en completar una órbita entera alrededor del Sol y una de las mínimas exigencias que debe tener un año de buena calidad es que su duración y la del viaje de la Tierra en su órbita sean iguales.
No se trata de un mero capricho: es interesante que las estaciones empiecen más o menos siempre en la misma fecha: que el otoño y la primavera (equinoccios) se produzcan el 21 de marzo y el 21 de septiembre, y que el comienzo del verano y del invierno (solsticios), el 21 de diciembre y de junio respectivamente. El asunto de las estaciones era de vital importancia para las antiguas sociedades agrícolas que debían determinar las fechas de siembra y recolección.

Los primeros y primitivos calendarios lunares no conseguían encajar en el año solar: 
las discrepancias se corregían de tanto en tanto agregando un mes o algunos días extra. Pero en el siglo I antes de Cristo, en Roma, los errores acumulados habían logrado que el año civil y el solar estuvieran desfasados en tres meses: el invierno empezaba en marzo y el otoño en diciembre, lo cual sin duda era bastante incómodo.

Gregorio XIII anuncia el calendario gregoriano, asesorado por el astrónomo jesuita Christopher Clavius promulgó, el 24 de febrero de 1582, la bula Inter gravísimas en la que establecía que tras el día 4 de octubre de 1582 seguiría el día 15 de octubre de 1582.
Con la eliminación de estos diez días desaparecía el desfase con el año solar  y para que no volviera a producirse, se eliminaron en el nuevo calendario tres años bisiestos cada cuatro siglos. Aunque no existiera otra razón para guardar memoria de Gregorio XIII, la reforma del Calendario Juliano, utilizado desde que Julio César lo instauró en el año 46 a. C. para dar paso al vigente Calendario Gregoriano, al que va ligado su nombre, ha hecho de él un personaje de popular notoriedad.
El nuevo calendario vino a solucionar el problema que planteaba el hecho de que el año julio no tenía 11 minutos y 14 segundos más que el año solar lo que había provocado que la diferencia acumulada hiciera que el equinoccio de primavera se adelantara en diez días.
Gregorio XIII, asesorado por el astrónomo jesuita Christopher Clavius promulgó, el 24 de febrero de 1582, la bula Inter gravísimas en la que establecía que tras él, jueves 4 de octubre de 1582 seguiría el viernes 15 de octubre de 1582.
El calendario gregoriano es un calendario originario de Europa, actualmente utilizado de manera oficial en la mayoría de los países. Así denominado por ser su promotor el Papa Gregorio XIII, vino a sustituir en 1582 al calendario juliano utilizado desde que Julio César lo instaurase en el año 45.
El calendario se adoptó inmediatamente en los países donde la Iglesia Católica tenía influencia. Sin embargo, en países que no seguían la doctrina católica, tales como los protestantes, ortodoxos, y otros, este calendario no se implantó hasta varios años (o siglos) después.

Julio César introdujo la primera gran reforma. Impuso el uso universal del calendario solar en todo el mundo romano, fijó la duración del año en 365 días y seis horas, y para que esas seis horas de diferencia no se fueran acumulando se intercaló un día extra cada cuatro años: los años bisiestos tienen trescientos sesenta y seis días. La reforma entró en vigencia el 10 de enero del año 45 a. de C. —805 de la fundación de Roma—. Con el tiempo, se impuso la costumbre de tomar como bisiestos los años que son múltiplos de cuatro.
Pero aquí no acabó la cosa, ya que el año juliano de 365 días y seis horas era un poco más largo (11 minutos y 14 segundos) que el año astronómico real, y otra vez los errores empezaron acumularse: a fines del siglo XVI las fechas estaban corridas alrededor de diez días, y la primavera empezaba el 11 de septiembre: el Papa Gregorio XIII emprendió una nueva reforma para corregir las discrepancias y obligar a las estaciones a empezar cuando deben: por un decreto pontificio de marzo de 1582, abolió el calendario juliano e impuso el calendario gregoriano. Se cambió la fecha, corriéndola diez días: el 11 de septiembre (día en que se producía el equinoccio de primavera) se transformó “de facto” en el 21 de septiembre, con lo cual se eliminó el retraso acumulado en dieciséis siglos y el año civil y el astronómico volvieron a coincidir.

Pero además se modificó la regla de los años bisiestos: de ahí en adelante serían bisiestos aquellos anos que son múltiplos de cuatro, salvo que terminen en dos ceros. De estos últimos son bisiestos sólo aquellos que sean múltiplos de cuatrocientos (como el 1600). Los otros (como el 1700) no. Así, ni el 1800 ni el 1900 fueron años bisiestos. El año 2000, sin embargo, lo será (porque aunque termina en dos ceros es múltiplo de cuatrocientos): la formula permite eliminar tres días cada cuatro siglos, que es la diferencia que acumulaba el calendario juliano en ese lapso.

 Sin embargo, aun el “año gregoriano” con todas sus correcciones es 26 segundos más largo que el año astronómico, lo cual implica un día de diferencia cada 3323 años. Para corregir esta pequeña discrepancia se ha propuesto sacar un día cada cuatro mil años de tal manera que el año 4000, el 8000 o el 16000 no sean bisiestos (aunque les toca). En todo caso, de la longitud del año ocho mil, o dieciséis mil, no necesitamos preocuparnos ahora: los años que estamos usando tienen una duración más que aceptable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario